Al terminar el ritual de las limpias, el día junto a la familia Tanguila parecía haberse acabado. Muy agradecidos empezamos a despedirnos pues cada uno de nosotros gritaba en nuestro interior por ver aunque sea de lejos algo de la ciudad. Nos preparamos para salir y con agradecimientos en quichua aprendidos en ese mismo instante abandonamos la casa de esta gran familia indígena.

Apresurados y casi a empujones salimos sin darnos cuenta que aún faltaba una hora aproximadamente para que aquella incómoda camioneta que tanto anhelábamos llegara a recogernos. El guía, un joven de origen quichua, seguía a nuestro lado y nos llevó a las orillas del río en donde podríamos descansar y comer algo.


Totalmente exhaustos llegamos a una gran explanada en donde la hora que debíamos esperar se nos hizo eterna. Entre chistes, sánduches de atún y Coca Cola caliente esperábamos impacientes por volver a la ciudad, por ver las luces de la noche y por evitar cualquier contacto con la naturaleza.
Exactamente una hora después llegó la camioneta doble cabina en la que tal vez conscientemente casi todos tomamos los mismos puestos, regresábamos por el mismo camino irregular y el conductor con más prisa nos llevaba saltando de un lado al otro en el balde, de repente la camioneta paró bruscamente en medio de la carretera. Todos confusos recibimos la noticia de que bajaríamos un momento para ver uno de los árboles más grandes del Ecuador.
Casi sin entusiasmo bajamos de la camioneta y seguimos un estrecho camino hasta llegar a un gran árbol imponente en la selva. Rodeado de insectos y más plantas, el árbol resultó ser un Ceibo de quinientos años que según el guía era muy joven aún.
Impresionados pero sin dejar nuestra impaciencia de lado decidimos volver rápidamente a la camioneta pues nuestra capacidad de tolerar la naturaleza estaba llegando a su límite. Regresamos y muy cansados soportamos una hora más de viaje hasta el Tena.

Callados y somnolientos casi nadie cruzó palabra durante el camino. La experiencia vivida en este viaje será incomparable pues tuvimos la oportunidad de conocer una vida totalmente diferente a la nuestra y compartir con personas ajenas que nos recibieron amablemente en su hogar. Sin duda estas son lecciones invalorables de tolerancia, respeto y amistad.






